domingo, 22 de abril de 2007

La crónica de nuestro tiempo*

Es ese el título definitivo del Blog, ya que considero que está más acorde a las intenciones que tengo para el mismo (lo cotidiano desde mi punto de vista), y que viene a ser la aceptación de la faena que nos propone el destino. La idea proviene de la obra de Ortega y Gasset, y, en concreto de "El Tema de nuestro tiempo".

He aquí un homenaje al "anunciador" de los Santos Laicos, del que hablaré próximamente, haciendo referencia a una de sus obras más conocidas: "La Rebelión de las Masas".

Publicado en 1923, este libro de Ortega contiene la primera exposición madura del núcleo de su pensamiento filosófico.

Traducida al alemán en 1928, con una introducción de E. R. Curtius, esta obra inició la difusión internacional de la figura y los escritos de Ortega. El tema de nuestro tiempo se compone de una primera parte, redacción de una lección universitaria de 1921 y cuatro apéndices. Varios temas se enlazan muy estrechamente para conducir a una visión unitaria del problema.

Se inicia el libro con una exposición de la idea de las generaciones. Las formas políticas, artísticas, morales, intelectuales, etcétera, son consecuencias o especificaciones de la sensación radical ante la vida, de lo que llama Ortega "sensibilidad vital", "fenómeno primario en historia y lo primero que habríamos de definir para comprender una época".

Como la vida histórica es convivencia, las variaciones se producen colectivamente dentro de una sociedad, constituida por la articulación de una masa y una minoría; estas variaciones históricas acontecen en forma de "generaciones", cada una de las cuales es "un cuerpo social íntegro, con su minoría selecta y su muchedumbre, que ha sido lanzado sobre el ámbito de la existencia con una trayectoria vital determinada".

De la generación dice Ortega que es "el concepto más importante de la historia", y ha dedicado a él permanente atención a lo largo de sus escritos. Una generación es una variedad humana, definida por un mismo nivel de mundo y de problemas, por una cierta altitud vital; entre los contemporáneos -hombres que viven en el mismo tiempo-, cada generación constituye un núcleo de coetáneos -de la misma edad-. Ortega piensa que "en nuestro tiempo la sensibilidad vital hace un viraje, cuando menos, de un cuadrante"; este libro trata de determinar en qué consiste.

Para ello tiene que plantear el problema de la verdad y la variación histórica; frente al racionalismo, que renuncia a la mutación histórica, y el relativismo, que renuncia a la verdad, Ortega hace una aguda crítica: ni la vida a costa de la razón, ni la razón a costa de la vida. El pensamiento es una función vital, tan vital como la respiración, la digestión o la circulación de la sangre: "en mí, como individuo orgánico, encuentra mi pensamiento su causa y justificación: es un instrumento para mi vida, órgano de ella, que ella regula y gobierna". Frente a la "beatería culturalista", Ortega afirma que no hay cultura sin vida, no hay espiritualidad sin vitalidad; el fenómeno "vital humano" tiene dos caras: la biológica y la espiritual; de este doble imperativo deriva Ortega una nueva idea de la cultura, no disociada de la vida, sino fundada en ella.

El terna del tiempo de Sócrates era sustituir la vida espontánea por la pura razón; pero al cabo de milenarias experiencias se ve que la razón pura no puede suplantar a la vida, que "es tan sólo una breve isla flotando sobreel mar de la vitalidad primaria". "La razón es sólo una forma y función de la vida ". El tema de nuestro tiempo consiste en someter la razón a la vitalidad en el sentido "biográfico" humano. "La razón pura tiene que ceder su imperio a la razón vital".

Esta tesis central de la filosofía de Ortega va a condicionar el resto de su obra; partiendo de ella va a comprender esa misma vida. Vivir consiste en ocuparse de lo que no es vida; "la vida es el hecho cómico del altruismo, y existe sólo como perpetua emigración del Yo vital hacia lo Otro"; se trata de entender las formas posibles de vida, y cabe imaginar una "biología" en que se definiesen, por ejemplo, las formas de vida celestiales. Esta vida humana les peculiaridad, cambio, desarrollo; en una palabra, 'historia'".

Vuelve Ortega al tema del perspectivismo, ya presente en 1916 en El espectador, para formular "la doctrina del punto de vista"; no es la verdad la que es relativa, es la realidad la que lo es; la realidad sólo puede ser vista desde una perspectiva, y ésta la constituye. "La perspectiva es uno de los componentes de la realidad"; lejos de ser su deformación, es su organización; frente a la idea de la "species aeterni", la visión concreta desde un punto de vista real; con ello la verdad adquiere una dimensión vital; la utopía es abstracta y falsa. Así hay que evitar, concluye Ortega, que "lo que es blando y dilatable horizonte se anquilose en mundo"; con esto no se quita realidad a éste, sino que se lo refiere al sujeto viviente, se le da una dimensión vital. Cada individuo es un punto de vista esencial e insustituible, nuestra verdad parcial es parcial, pero verdad; es verdad también para Dios; la fidelidad a la situación, la aceptación de la faena que nos propone el destino, eso es "el tema de nuestro tiempo".

Los apéndices de este libro se refieren a aspectos más concretos de la cuestión: "El ocaso de las revoluciones" interpreta éstas como formas de pensamiento ahistórico, que creen en un cambio radical y "definitivo" y que, por tanto ya no son auténticamente posibles. El "Epílogo sobre el alma desilusionada" caracteriza el estado de espíritu que suele seguir al ocaso de las revoluciones, y que define como "espíritu servil".

Por último, "El sentido histórico de la teoría de Einstein" intenta filiar el estilo y la significación de la teoría de la relatividad, entendida como una típica doctrina de nuestro tiempo, determinada por condiciones básicas de éste y orientada por cuatro tendencias generales: absolutismo, perspectivismo, antiutopismo o antirracionalismo, finitismo.


Por último, Ortega agrega dos caracteres más: el discontinuismo y la tendencia a suprimir la causalidad, hasta convertir la física en mera cinemática. En El tema de nuestro tiempo está ya formulado con madurez teórica el núcleo del pensamiento metafísico de Ortega, que se va articulando posteriormente desde distintas perspectivas circunstanciales a lo largo de sus demás escritos.

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