Se despierta. Se despereza. Ayuda a que el sol alumbre su habitación. Abre la ventana, y la presencia de la naturaleza invade sus sentidos. Es feliz y se lava con rapidez. Se viste.
Baja a la cocina, dónde la ventana abierta facilita que el aire de agosto le permita probar el olor a hierba húmeda de la mañana, que, mezclado con el del Cola-Cao del desayuno, forman un cóctel explosivo, pero a la vez, tan agradable, que no lo olvidará en su vida.
Le espera un día largo. Los días, allí, son como semanas, pues la noche queda lejos. Tiene pocos años. Ella lo espera con miedo.
¡Qué importa otra herida, cuando aprendes a pedalear!