Fotos de Doniños (Ferrol), en Flickr:
Batalla de Brión:
Corría el día 25 de agosto de 1800 cuando la expedición inglesa, mandada por el almirante Waren, se presentó al frente de las costas del Ferrol. Componíase de 7 navíos de guerra, dos de ellos de tres puentes; 6 fragatas, 5 bergantines, 2 balandras, una goleta y 87 buques transportes, que conducían tropas de desembarco al mando del teniente general Pultney.
Según los papeles públicos de Inglaterra, ascendía este ejército a 13.000 hombres, mas por declaración de un marinero francés que venía prisionero, se componía de 15.000 entre Infantería, Caballería y Artillería. Con aquella actividad y maestría tan común en los individuos de la raza anglo-sajona, fondearon y prepararon su desembarco en la playa de Doniños, uno de los flancos de la derecha de la plaza, que se halla á 9 kilómetros de distancia.
Sabían muy bien aquellos insulares el abandono en que estaba el Ferrol, y calcularon muy probable dar un golpe de mano, que en pocas horas cubriese de oprobio a la nación española, destruyendo y reduciendo a cenizas los arsenales y buques que tantos dispendios le habían costado. Pero la Providencia no quiso que ese día perdiese España una de sus más preciosas joyas.
Todas las autoridades y corporaciones civiles y militares se hallaban en el palacio del capitán general de Marina, con motivo de la corte que se recibía en celebridad de los días de S.M. la Reina. Estando en tan solemne acto, llegó la primera noticia anunciando la aproximación de la expedición enemiga. Por fortuna se hallaba en el puerto una escuadra española, lista para dar vela, al mando del teniente general de la Armada, D. Juan Joaquín Moreno. Componíase esta escuadra de los navíos Real Carlos y San Hermenegildo, de 112 cañones; el Argonauta, de 80; el Monarca y el San Agustín de 74; las fragatas Asunción, Mercedes, Clara y La Paz, de 34; el bergantín Palomo y la balandra Alduides.
Acostumbrados en el Departamento a recibir frecuentes avisos de la misma naturaleza, por los muchos buques ingleses que continuamente cruzaban por aquellas costas, en nada turbó el parte del vigía la solemnidad de aquel regio acto. Repitiéronse instantáneamente los avisos, y entonces el general de la Escuadra española, sospechando todo de la actividad y arrojo de los ingleses, se dirigió con la mayor presteza al cerro de la vigía de Monteventoso, y divisando desde allí al enemigo dijo a su ayudante Power, al ver aquella numerosa y bien ordenada expedición: ¡Qué vista tan magnífica si no nos amenazara!... Contó los buques enemigos, se cercioró de sus maniobras y penetrando el plan de los invasores, regresó rápidamente a la plaza, puso en noticia de las autoridades el riesgo que la amenazaba y con la mayor celeridad marchó a dar a su escuadra las órdenes que en tan crítico caso consideró conveniente.
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